KING'S QUEST VI - HEIR TODAY GONE TOMORROW
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De repente, la cabeza comenzó a darme vueltas mientras me veía trans-
portado a un sinfín de lugares y paisajes desconocidos. Cuando la luz
volvió a mis ojos, me encontraba en una pequeña playa junto a un navío
embarrancado en la orilla. Tenía la sensación de estar sumergido en un
cuento de hadas, pero la estrafalaria vestimenta que llevaba y el viento
marino que azotaba los arbustos me hicieron comprender que aquello no
era un sueño. Cuando conseguí calmarme un poco, registré los alrededores
y encontré una moneda y un precioso anillo con la insignia del Reino de
Daventry. Las cosas empezaban a tomar forma... Seguí el estrecho sendero
y llegué hasta un inmenso castillo custodiado por dos guardianes, que
no me permitieron entrar hasta que les demostré mi realeza. Para mi
sorpresa, me recibió el Visir Alhazred y me comunicó que la princesa
Cassima no recibía visitas. Sus padres habían muerto y ahora estaba a
punto de casarse con él.
LA ISLA DE LA CORONA
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Bastante desconcertado y sin saber qué hacer, llegué hasta un extraño
pueblo de aspecto oriental. Allí conocí a un mendigo que cambiaba
lámparas viejas por nuevas. En una de las tiendas, el vendedor me contó
que estaba en la Isla de la Corona, la capital del Reino de las Islas
Verdes. Las relaciones entre las diversas islas estaban muy deterioradas
desde la llegada del Visir, y el ferry que se encargaba de las comuni-
caciones hacía tiempo que no navegaba.
Cogí un caramelo de menta del mostrador y entré en la biblioteca, donde
me hice con un bello poema que se desprendió de uno de los manuscritos
de la estantería y con un libro aburridísimo que el encargado casi me
obligó a guardar. También me contó que existían otras tres islas:
La Isla de la Montaña Sagrada, la Isla de la Bestia y la Isla de las
Maravillas. La leyenda habla de una quinta isla llamada de los Místicos,
que aparece y desaparece misteriosamente sin dejar rastro.
Me llamó la atención un viejo monje con un extraño brillo en los ojos
y un Libro de Magia que el vendedor se ofreció a cambiarme por otro
libro raro. Además me recomendó visitar al barquero para obtener más
información.
Éste me contó que el Visir había cerrado el comercio entre las islas,
y ahora estaba sin trabajo. La única forma de viajar era con un mapa
mágico que había visto en cierta ocasión. Antes de marcharme, cogí una
pata de conejo que el barquero me regaló gustosamente, pues no le había
traído demasiada suerte.
Volví a la tienda y le pregunté al vendedor por el mapa. Me lo cambió
por mi posesión más valiosa, prometiendo que me la devolvería a cambio
de otro objeto de gran valor. Con la moneda compré un bonito pájaro de
juguete. Al parecer, el mapa sólo funcionaba a orillas del mar, así
que me fui a la playa y señalé con el dedo la Isla de la Montaña
Sagrada; una luz cegadora me envolvió y de repente aparecí en la base
de una inmensa montaña.
Cogí la pluma y la flor que había en el suelo y leí la placa de la
pared. Era una especie de acertijo. Gracias al manual conseguí resolver
todos los enigmas y llegar hasta la cima. Una anciana me invitó a comer
unas frutas que me harían volar, pero aquellos ojos brillantes me
dieron mala espina y no la hice caso. Enfurecida, desapareció envuelta
en una nube de humo.
Seguí el camino hasta que dos seres alados me llevaron ante sus mo-
narcas, Lord Azure y Lady Aeriel. Cuando les conté cómo había llegado
hasta allí, se quedaron estupefactos y sin saber qué hacer. El Visir
les había ordenado apresar a todos los extranjeros, pero no podían
dejar a un lado la Profecía. Ésta decía que un día un hombre sin alas
escalaría las Montañas Lógicas y liberaría al Reino de los Alados de
la tiranía del Minotauro, una terrible bestia que habitaba en el
Laberinto y que cada poco tiempo se cobraba la vida de una doncella.
Hacía tan sólo unas horas que su hija Lady Celeste había sido enviada
al Sacrificio. Lord Azure decidió ignorar la orden del Visir y me
permitió ir a buscar provisiones para entrar en el Laberinto, con la
promesa de que si acababa con el Minotauro me dejarían libre y me
permitirían visitar el Oráculo. Les di las gracias y regresé a la Isla
de la Corona.
Al llegar al pueblo vi cómo el tendero tiraba algunas cosas a la
basura. Revolviendo un poco hallé un bote de tinta, que resultó ser...,
¡tinta invisible! Completamente aturdido, me dirigí a la Isla de las
Maravillas.
DE ISLA EN ISLA
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Aunque la playa no parecía tener nada de particular, enseguida me di
cuenta de que sus extraños habitantes hacían honor al "maravilloso"
nombre. En la misma orilla un grupo de ostras dormía apaciblemente,
excepto una que tenía un terrible dolor de muelas. Con ayuda del libro
conseguí arrancársela sin que se diera cuenta, pero la muela resultó
ser una gigantesca perla.
Al internarme en el bosque, unos gnomos me cerraron el paso. Habían
recibido órdenes del Visir de no dejar entrar a ningún humano. Cada
uno de ellos parecía tener desarrollado uno solo de los sentidos,
así que fue fácil engañarlos con ayuda de mis objetos. Al Oloroso
le mostré la flor de fuerte olor, al Orejoso lo confundí con la
melodía del pájaro de juguete...
Recogí una frase incompleta que había en la orilla y caminé hasta una
planicie repleta de libros de todo tipo. Al coger uno, un extraño
personaje salió de entre las páginas y me ofreció un ejemplar rarísimo
a cambio de otro objeto igualmente extraño. Como no tenía nada que le
agradase, me entretuve observando la telaraña de una viuda negra. En
una esquina, estaba pegado un trozo de papel.
Con un movimiento rapidísimo, puse mi mano en la esquina opuesta y,
seguidamente, cogí el papel. Sólo contenía una palabra: "amor". En otro
lugar de la isla, encontré un pantano inaccesible, y un árbol con forma
de perro cuyos frutos eran..., botellas de leche. Me apropié de una y
seguí el camino hasta llegar al maravilloso Jardín Animado. Allí todas
las plantas parecían tener vida propia. Cogí un tomate maduro y una
lechuga fresca -helada- e intenté lo mismo con un curioso animalillo
que permitía ver a través de las paredes, pero se escondió detrás de
unas flores y no lo pude alcanzar.
Atravesando las inmensas puertas de la valla, entré en un misterioso
paisaje con forma de tablero de ajedrez. Dos inmensos caballos me
cerraron el paso. Enseguida llegaron las Reinas, que discutían sobre
el regalo de boda de la princesa Cassima. Después de darles mi opinión,
me hice con un pañuelo de seda y fui a visitar la Isla de la Bestia.
Lo primero que encontré fue un extraño ser, mitad rata, mitad lagarto,
que estaba perdido. Le entregué la frase y algo le vino a la memoria,
pues me pidió que le llevase a casa.
Un poco más adelante, un lago hirviendo me cerraba el paso, así que
utilicé la lechuga fresca y conseguí que bajase la temperatura. En el
otro lado, recuperé una pequeña lámpara usada y un ladrillo al lado de
una valla custodiada por un arquero de piedra que me apuntaba con su
arco. Regresé a la Isla de la Maravillas y gracias al pequeño animali-
llo conseguí hacerme con el libro raro.
Ya en la tienda del pueblo, recuperé mi anillo y cambié el pájaro por
la flauta. En la librería mantuve una interesante conversación con
Jollo, el bufón del Rey, que me contó cómo Cassima tenía un ruiseñor
llamado Sing Sing, que a veces transportaba pequeños mensajes a su
dueña. Le di el libro raro al encargado y me entregó el Libro de Magia.
En él había tres hechizos para los cuales se necesitaban un elevado
número de objetos.
Regresé al Jardín Animado y encontré una taza de té encima de la mesa.
Haciendo bailar a las plantas, conseguí hacerme con el bicho-agujero.
También llené la lámpara con lágrimas alimentando a uno de los
bebés-coliflor.
Como necesitaba un poco de barro, me dirigí al pantano y llené la
taza en la orilla, pero una rama parlante me avisó de que eso no era
verdadero barro, y empezó a meterse conmigo. Su hermano Bulto-en-el-
tronco salió en mi ayuda. Por lo visto, la rama siempre le estaba
tirando lodo del pantano, y él no podía defenderse.
Para arreglar la situación, le di el tomate maduro a Bulto y así
comenzó una auténtica batalla de barro que me sirvió para llenar la
taza.
EN LA MORADA DEL MINOTAURO
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Mi corazón me decía que había llegado el momento de enfrentarse al
Minotauro, así que adquirí una fuente de luz en la tienda y regresé a
la Isla de la Montaña. Dos guardianes alados me llevaron al Laberinto
y se aseguraron de cerrar la única salida. Sin hacer caso a los ruidos
de pisadas y a los bufidos que se oían de vez en cuando, me interné en
aquellos oscuros pasadizos que conformaban un enrevesado laberinto.
Después de apropiarme de una calavera y pasar una sala con losas que
activaban dardos venenosos, recogí un escudo de la pared y unas monedas
que llenaban los vacíos ojos de un muerto. A pesar de que avanzaba con
mucho cuidado, no pude evitar entrar en una habitación-trampa. El techo
empezó a descender lentamente, pero conseguí detener la rueda giratoria
con uno de mis objetos.
Así, llegué hasta el segundo nivel de las Catacumbas. Encendí la luz y
continué investigando. En una de las paredes, me di cuenta de que se
oían ruidos muy cercanos. Coloqué el agujero en ella y pude observar
cómo el Minotauro entraba en su guarida secreta escondida detrás de un
tapiz. Llegué justo a tiempo para intentar evitar que Lady Celeste fuese
sacrificada. Al observar la gigantesca cornamenta de aquel monstruo,
me acordé de un extraño divertimiento nacional que se practicaba en un
recóndito país más allá de los Pirineos, utilizándolo para burlar al
bicho y hacer que cayese en las llamas. Como agradecimiento, Lady
Celeste me entregó una daga y me permitió visitar el Oráculo.
La Diosa Alada me contó que dos espíritus del Más Allá me ayudarían si
conseguía traerlos a este mundo. Los Druidas de la Isla de los Místicos
eran los únicos que sabían cómo hacerlo, pero no se fiaban de los
extraños.
Antes de marcharme, el ser alado me entregó un poco de Agua Sagrada
para uno de los hechizos. Cuando examiné de nuevo el mapa, había una
nueva isla envuelta en niebla: la Isla de los Místicos.
En el poblado aparentemente vacío, me apropié de una guadaña y un trozo
de carbón, pero todavía no estaba preparado para enfrentarme con los
Druidas, así que regresé a la Isla de la Bestia.
El Principe Encantado
Conseguí evitar las trampas con ayuda del escudo y la guadaña, llegando
hasta los jardines del Palacio de la Bestia. Ella misma me recibió y me
contó una extraña historia. Por lo visto, hace muchos años, aquella
bestia de aspecto feroz había sido un apuesto príncipe, pero una bruja
lo hechizó y sólo una doncella que lo aceptase tal como era podría
romper el hechizo.
Desgraciadamente, ese mismo encantamiento caía sobre todo aquel que
traspasara la morada de la Bestia. Si no encontraba una doncella que
se enamorase de él, mi vida correría la misma suerte.
Para ayudarme en la empresa, la Bestia me entregó su anillo y yo recogí
una rosa blanca del jardín. Seguidamente, me fui en busca de la única
doncella que conocía. Gracias a la rosa y al anillo conseguí que viniese
conmigo. El encantamiento se rompió y la Bestia recuperó su anterior
aspecto. En agradecimiento, me entregaron las ropas viejas de la
doncella y un bonito espejo de oro. Antes de marcharme, metí el agua
sagrada en la lámpara y añadí un poco de agua de la fuente para preparar
el Hechizo de Lluvia. Cogí otra rosa del jardín y entregué el trozo de
carbón a la Reina del Jardín Animado, que a cambio me regaló un huevo
podrido. En la mesa, encontré una poción que detenía las pulsaciones
del corazón durante unos segundos. Decidido a probarla, me dirigí a la
tienda y la tomé delante del monje, que al comprobar cómo mi corazón
ya no latía, se marchó dando saltos de alegría. Como el brillo de sus
ojos delataba, era el mismo Genio que había intentando acabar conmigo
en varias ocasiones.
Cuando mi corazón recuperó su vitalidad, cambié la flauta por el pájaro
y me encaminé al árbol donde había visto un hermoso ruiseñor. Puse en
marcha el mecanismo, y el pájaro se acercó con aire amistoso. Algo me
decía que era el ruiseñor de Cassima, así que le entregué mi anillo
con la esperanza de que la princesa supiese que había venido a
buscarla. El pájaro se marchó en dirección al castillo y regresó con
un lazo de doncella. Esperanzado, le di la rosa y el poema, y a cambio
me entregó una carta de la princesa, que me pedía ayuda para escapar
de las garras del Visir. Aquellas letras de amistad, que no de amor
como yo esperaba, me animaron a seguir hasta el final.
Como ya tenía todos los ingredientes para el Hechizo de Lluvia, lo
preparé allí mismo y regresé a la Isla de los Místicos. Al verme
llegar, me enjaularon sin mediar palabra y empezaron a asarme a la
parrilla. ¡Curiosa forma de dar la bienvenida!
Apagué el fuego con el vestido, pero la temperatura seguía subiendo
tan rápidamente que puso a hervir la lámpara y activó el Hechizo de
Lluvia. Los Druidas quedaron alucinados por mi gran poder y se
ofrecieron a ayudarme. El Jefe Supremo me comentó que la única forma
de devolver la vida a los espíritus era viajar a la Isla de la Muerte
y retar a su Señor a un duelo. Pero sólo se podía llegar hasta allí
montando en Pesadilla, el caballo de la Muerte, una bestia maligna que
ningún humano había conseguido dominar. Normalmente se encontraba
pastando en la Isla de la Montaña.
Por suerte, en el Libro de Magia había un hechizo para dominar a las
criaturas de la Noche, así que llené la calavera con brasas de la
hoguera para prepararlo, y me fui en busca del caballo. Mezclé el pelo
de doncella con la calavera y el huevo podrido, pronuncié las palabras
mágicas, y al momento el majestuoso equino se acercó y me permitió
subir a su lomo. Después de un espeluznante viaje, el cielo oscuro
reveló la silueta de una isla de aspecto siniestro.
VIAJE AL INFIERNO
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La Isla de la Muerte era un mundo en tinieblas habitado por espíritus
atormentados que vagaban sin rumbo fijo. Allí estaban los padres de
Cassima, que me contaron cómo el Visir los había asesinado mientras
dormían para apoderarse del Reino. La madre me entregó un billete para
entrar en el Otro Mundo, pues ellos no lo harían hasta vengar su muerte.
Con la promesa de que intentaría ayudarlos, seguí el camino esquivando
a las almas en pena, pero no pude evitar compadecerme de una madre que
lloraba por la pérdida de su hijo, atrapado en el mundo terrenal. Me
entregó su pañuelo y me pidió que lo buscase. Así llegué hasta la
mismísima entrada del Infierno, custodiada por un grupo de esqueletos.
Con un hueso que había en el suelo animé un poco la escena y conseguí
la llave que colgaba del cinturón de uno de ellos. Le entregué el
tique al portero y llegué hasta un caballero que yacía muerto en el
suelo, junto a un guante de acero.
Al final de la cueva un barquero fantasmagórico esperaba al último
pasajero de su barco de espíritus. Recogí un poco de agua del río con
la taza y pagué el peaje. La barca se dejó llevar por la corriente
hasta una entrada protegida por una puerta, que se transformó en una
espantosa cara y me propuso una adivinanza para poder pasar. Yo no
sabía la respuesta, pero de repente me vino a la memoria una palabra
que había leído en un trozo de papel medio olvidado, y que resultó
ser la respuesta correcta. Al otro lado me esperaba, sentado en su
trono de huesos, el mismísimo Señor de la Muerte.
Le lancé el guante como desafío y le pedí que devolviese a la vida a
los padres de Cassima. Para concederme ese deseo, me pidió una misión
imposible: ¡Hacerle llorar! ¡Hacer llorar al Señor de la Muerte! Él,
que había permanecido impasible mientras el paso de los siglos traía
todo tipo de guerras, enfermedades espantosas y grandes sufrimientos
para toda la Humanidad.
Eso me hizo pensar en lo desagradable que debía haber sido su exis-
tencia, así que le entregué el espejo para que se contemplase a sí
mismo. Al cabo de unos angustiosos segundos, una lágrima gris rodó
por su mejilla descarnada. Así fue como los padres de Cassima
regresaron al Mundo de los Vivos. El caballo Pesadilla nos llevó de
vuelta a la Isla de la Corona. Los Monarcas fueron en busca de
aliados mientras yo intentaba entrar en el castillo.
AL RESCATE DE CASSIMA
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Pero, la enorme fortaleza estaba fuertemente vigilada. Sólo con
ayuda de la Pintura Mágica conseguiría entrar. Corrí a la tienda,
compré un pincel y cambié mi vieja lámpara por una nueva que me
parecía haber visto en algún sitio. Me dirigí a la parte de atrás
del castillo y preparé el hechizo. Con el pincel, dibujé una puerta
en la pared, que me permitió entrar directamente en los calabozos.
En uno de ellos encontré al niño que estaba perdido. Le entregué el
pañuelo y en agradecimiento me comunicó la existencia de un pasaje
secreto detrás de la armadura.
En la habitación de Jollo, ideamos la forma de acabar con el Genio.
Le entregué la lámpara que había comprado, y él se encargaría de
cambiarla por la verdadera. Después, me introduje por el pasadizo
secreto. Mirando por un agujero en la pared, escuché lo que parecía
ser la clave para abrir una habitación secreta: "Alí". Subí las
escaleras y por otro agujero reconocí la figura de la princesa Cassima.
Era mucho más bella de lo que imaginaba. Me contó que no quería casarse
con el Visir, y me pidió un arma para protegerse. Se la entregué y
prometí volver a buscarla.
A través de un tercer orificio, descubrí al infame Alhazred, que
escribía una carta a su amigo el brujo Shadrack, un viejo conocido mío.
Seguí recorriendo los pasadizos hasta que, sin saber cómo, me hallé
dentro del ropero del Visir.
Abrí la puerta y encontré un pergamino con la palabra "Zebu" escrita
en él junto a un cofre que, sorprendentemente, se abrió con la llave
del esqueleto. En su interior había una carta de Shadrack que narraba
todas las fechorías del Visir. Volví por donde había venido y, de
nuevo en el pasillo de las mazmorras, encontré una puerta que no tenía
cerradura. Recordando el cuento de Alí Baba, pronuncié las dos palabras
y la puerta se abrió bruscamente.
Allí se escondía el tesoro real y todos los objetos que el Visir
había robado a los gobernantes de las Islas. Dejé todo como estaba y
salí de la habitación. Una hermosa melodía estuvo a punto de hacerme
desmayar. ¡Era música nupcial!
Corrí hacia el piso de arriba y entré en una amplia sala, pero el
capitán de la guardia no me permitió continuar. Le enseñé todas las
evidencias que inculpaban al Visir y conseguí interrumpir la boda,
pero la mismísima princesa Cassima me detuvo y ordenó que prosiguiese
la ceremonia.
Incapaz de ofrecer resistencia, los guardias me hicieron prisionero.
En esos momentos, entraron en la sala los Monarcas, que enseguida se
dieron cuenta de que aquella novia no era Cassima, sino el Genio del
Visir. En medio de la confusión, Alhazred escapó por una puerta
lateral. Lo seguí tan rápido como pude hasta la torre donde estaba
prisionera la princesa. Pero el Genio me atacó con uno de sus
hechizos. Gracias a Jollo, conseguimos encerrarlo en la botella.
Enfurecido, el Visir desenvainó su cimitarra, mientras yo me defendía
con una espada de adorno que pesaba una tonelada, y, cuando el
cansancio estuvo a punto de hacerme doblar las rodillas, Cassima
se desató con ayuda de la daga y la clavó en el hombro al Visir.
Le arreé un espadazo en toda la cabeza y cayó desplomado en el suelo.
El resto de la historia ya os la podéis imaginar. Cassima y yo nos
casamos, los monarcas abdicaron y así me convertí en el Rey de las
Islas Verdes. Quizá pasaron unos cuantos años, o a lo mejor sólo fueron
unos segundos. Cuando recobré el sentido con la cabeza apoyada en aquel
viejo libro ennegrecido, nada parecía haber cambiado.
Seguramente todo había sido un sueño, pero desde aquel día me despierto
por las mañanas recordando aquel viaje maravilloso, aquellas increíbles
aventuras, aquel rostro de princesa que ya nunca podré olvidar...
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